CON AZÚCAR Y CANELA

Cada vez tenemos mas cerca la Navidad, parece que todo tiene que estar listo, hay que ser feliz, hay que tener planes, hay que comprar regalos, cocinar, comer, comer, comer…
Primero la cena de empresa, que no tienes, pues te la inventas, el caso es tener algo que celebrar.
Después las comidas con amigos, vecinos, primos, los amigos de tu pareja, los compañeros de tu antiguo trabajo,… Vamos que si te descuidas tienes que empezar en agosto para cuadrar la agenda.
Y, puede ser, que no tengas ganas ni de poner el árbol, ni de adornar tu casa, ni de tocar la pandereta, ni de estar feliz, porque lo dice el calendario.
Ahora, no es mi caso, mi hija me ha devuelto esa ilusión y ese deseo de pasar días de fiesta con ella, y con mi familia, por supuesto.
Pero hubo años en que no fue así, y es tan duro, que no puedo dejar de pensar en muchas personas a las que les pasa lo mismo.
Se te hace cuesta arriba, porque si te faltan personas importantes, aunque ni un solo día de tu vida los dejes de recordar, se hace más difícil estos días.
Y tus amigos y familia intentan que estés bien, que salgas, que vayas a comer con ellos, pero algo falla, no es tu casa, no son tus padres. Hasta que llega un año en que lo asimilas, te dejas llevar y te das cuenta de que tampoco es tan malo, que hay gente a la que le importas de verdad y que quiere que seas feliz.
Y es entonces, cuando empiezas a recordar con cariño, como se alargaban los preparativos de la cena de Nochebuena, todos en la cocina, cociendo los mariscos para la sopa de pescado y el coctel de marisco, cortando chacinas y turrones, horneando la pata de cordero y el famoso lomo con fanta, preparando las bandejas y sacando la mejor vajilla de la Cartuja, y adornando la mesa con la mantelería de la abu, que sabia poner la mesa mejor que nadie, porque ella si que sabia.
Y cuando llegaba el día de Reyes, mi madre preparaba una copita para los Reyes, que seguro se tomaba ella, con sus polvorones, y un cubo de agua para los camellos. Y siempre nos traían carbón, dulce y duro, pero muy rico. Y nos escondía los regalos para vernos sufrir un rato.
Así era mi Navidad, y así quiero que siga siendo, porque las heridas se curan con tiempo y ganas de vivir.

Así que no perdamos el Norte e intentemos vivir la Navidad como tengamos ganas de celebrarla y vamos a saborearla como si fuese un dulce apetitoso, de azúcar y canela.